DE PROPIETARIO A EMPRESARIO

Cuando el ánimo no lo es.

Cuando acaba siendo una expectativa que se convierte en obligación.

Cuando las dudas se resuelven en un obedecer, en un cumplir con las expectativas de los demás.

Cuando las expectativas de los demás se hacen tuyas pero no lo son.

Me hice a mi mismo, me construí de la nada, no me quedé esperando a que nadie me resolviese la vida… Muchas historias de nuestros padres, abuelos y más cercanas podrían empezar a contarse así, pero no era ese el principio, no es cierto. La verdad es que quizá no tuvieran riquezas materiales, quizá no tuvieran ni tan siquiera unos padres que les apoyaran pero en cada una de las historias que pudiéramos empezar así encontraríamos a otras personas que creyeron en mi, que me apoyaron, que confiaron en mi capacidad y me sostuvieron al caer. No es cierto que me haya construido sólo.

 

Acababa su carrera y entre sus últimos esfuerzos se filtró la oportunidad del éxito fulgurante. Lejos de la cultura del esfuerzo, de la resistencia y de la gestión del fracaso, la gloria se le presenta bajo el nombre de startup. Focos y fastos de un éxito rápido traducido a moneda de curso legal en cantidades ingentes serán el reconocimiento de su éxito y él el único responsable de que esto sea así.

Sólo para los mejores, para los elegidos y tú puedes ser uno de ellos, el único obstáculo eres tú mismo. Además tienes la suerte de que estemos en crisis porque es en las crisis donde los valientes e inteligentes emprendedores encuentran las oportunidades.

Lo veo, lo estoy viendo. Yo puedo empezar en el garaje y acabar donde quiera. Sólo tengo que lanzarme.

Qué suerte, encuentro a alguien que me dice que no me lo piense, que me lance con esa idea que se me ocurrió hace unos meses y a la que ando dándole vueltas. Me lo preparo y me invitan a un evento que abrirá todas las puertas. Aceleradoras, lanzaderas, espacios compartidos de colaboración… Un mundo para mi y unos cuantos más que podemos ser lo que queramos.

La idea era buena y así lo valoró un inversor.

Mierda de día el de la ronda de financiadores. Entré en la trampa que acabaría estampándome contra un suelo profundo del que intento salir aún hoy.

Por supuesto el único responsable de lo que me ocurre soy yo, pues no fui lo bastante bueno, ya se cuidaron de señalarlo. No valgo, no estoy entre los elegidos. Así fue la despedida de mi emprendimiento pero hoy casi que me alegro pues los elegidos, los triunfadores, lo han pasado mucho peor. Endeudados con un especulador financiero que les urge un rendimiento alto y en un cortísimo plazo, trabajan para el diablo. Además aguantan lo que aguantan, no demasiado, ya que nadie les dijo que para ser empresario no basta con una buena idea, ni tampoco con saber jugar al poker. Que un empresario es un actor social que crece con el proyecto y que eso sucede lentamente con mucho esfuerzo y tesón. Que construyes riqueza en la medida en la que un equipo de personas se comprometen contigo, y tú con ellos, para que esto sea así.

No, nadie les dijo nada que no fuera: el éxito ha de ser rápido, el negocio escalable o la innovación y el emprendimiento serán llaves para un futuro que está en tus manos.

Nadie les dijo que su aliado era su enemigo, ni que por sus exigencias se perdería la alegría del esfuerzo compartido y el trabajo bien hecho como base que ha de acompañar esa idea maravillosa que lo movió todo en las noches de desvelo.

Al final, de los muy pocos que finalmente consiguen ese dorado prometido, difícilmente alguno podrá dar respuesta a ¿y todo eso para qué?

Pero ¿Qué estamos haciendo? ¿Cómo cuidamos a nuestros jóvenes? ¿Pensamos seguir dejando que sean pieza de apuesta para los especuladores financieros, que herederos de la cultura del pelotazo ahora nos hablan de startup, la evolución, aun más cruel, de los primeros?

Cuando los conoces no ves en ellos sino a jóvenes engañados por aquellos que encontramos al final de todos los caminos que mejor no hay que tomar.

Por el dolor de nuestros jóvenes que es el nuestro. Porque esos jóvenes son los que anteceden o son nuestros hijos. Porque no es cierto que ellos sean los únicos responsables de su vida. Porque un emprendedor no es alguien cegado por los focos y el dinero. Cuidemos a nuestros jóvenes, cuidémonos.

Yo, empresario convencido de la bondad y la fuerza de un emprendedor que crea riqueza en el largo plazo, que es un corredor de fondo inasequible al desaliento, que como el roble crece lento y fuerte, niego este invento opuesto a los intereses de la sociedad y el planeta.

Reinventemos para nuestros jóvenes las empresas innovadoras tecnológicas, culturales, sociales y medioambientales, para que crezcan en valores y con fuerza.

Ya no las podremos llamar startup, qué pena.

Nittúa

Raúl Contreras

 

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