PRIMAVERAS SILENCIOSAS
Dos primaveras me conmueven en días de resistencia contra el coronavirus.
La primera es “PRIMAVERA SILENCIOSA”, obra magistral de La Estadounidense Rachel Carson que estos días releo, donde ya en 1962 nos advertía de los efectos perjudiciales de los pesticidas en el medio ambiente, especialmente el DDT, que pronto fue prohibido por la legislación de su país, a la vez que exportado a países terceros.
La segunda es la primavera del 2020 que acabamos de estrenar, protagonizada por un virus hasta ahora desconocido, que nos ha obligado a parar y a no salir de casa, cambiando el ritmo y el rumbo de nuestras vidas, al menos durante unos días.
Todo está triste en ambas primaveras y el silencio se masca. En la primavera de Rachel el silencio se ha alargado hasta nuestros días, la prepotencia del modelo económico global sigue envenenando suelos y acuíferos, destruyendo biodiversidad, todo para acelerar el productivismo agrario que gana dinero con la especulación alimentaria. En la primavera del 2020 el virus invisible pone en jaque nuestras vidas y todo se ha paralizado, a pesar de estar convencidos y convencidas de que en la sociedad actual nunca se podía parar.
El silencio es el denominador común también de ambas primaveras. Silencio por muertes anunciadas hace 58 años por Rachel Carson, al agredir a la madre tierra; silencio de pandemia por miedos y temores; silencio porque la arrogancia, la prepotencia y el ansia de dominarlo todo ha perdido valor durante estos días en el subconsciente humano.
Las personas más sensatas se atreven a decir que lo que nos sucede en estos días puede ser una gran oportunidad para reflexionar sobre el futuro cercano y el quehacer del ser humano en el planeta. Otras, menos pretenciosas en sus anhelos, solo observan, ven, y corroboran que parando los coches tenemos aire más puro y que es posible ir más despacio, que las grandes ciudades son un problema, que la comida sana es imprescindible para nuestras vidas y sería bueno estar cerca de donde se produce, que todos y todas podemos vivir con menos para que todos y todas podamos vivir, que las fronteras son un impedimento para toda la gente, que la economía ficticia se para y no pasa nada, que la sanidad no se debe privatizar, que a las personas mayores no se las debe elevar a categoría de gueto, que el único recurso con valor real en nuestras vidas es nuestro tiempo y no conviene prostituirlo, y que todos los seres vivos somos interdependientes, y por eso, cuando agredimos a la naturaleza, tiramos piedras a nuestro propio tejado.
Yo sigo en el campo produciendo alimentos en el más absoluto silencio, con las ovejas, con los milanos, con las avutardas, con los perros mastines, todos y todas un poco más tristes.
26 de marzo de 2020
JEROMO